– ¡Ay que no puedo, ay que no aguanto..! – chillaba el escudo mientras nuestro querido guerrero miraba suplicante hacia un lado y hacia otro sin saber qué hacer, sin poder pedir ayuda porque no había nadie. ¿Qué coño le estaba pasando al escudo? ¿Acaso eso era normal? No lo podía comprender, pues él sólo había asistido a un parto, al suyo, y le habían aporreado tanto que no se acordaba nada (nadie dice que el verdadero motivo es porque el trauma que tiene aquél/la que recuerda su parto es de por vida y no quiere hacer sufrir lo mismo a sus hijos).
Y mientras nuestro querido guerrero corría de un lado buscando cosas que podían ser útiles: toallas, gasas, agua hirviendo y alcohol, el pueblo entero corría huyendo de sus salvadores porque habían cabreado a la mula reina.
– ¡¡QUE YA VIENE, QUE YA VIENE!! – Chilló Lechuga. Lee el resto de esta entrada »